Los autores de los evangelios no fueron los únicos en describir la costumbre romana de la crucifixión.
Josefo, en su descripción de la destrucción de Jerusalén, también describió esta práctica. Pero aunque se decía que miles de prisioneros de guerra y criminales condenados habían sido ejecutados de esa manera, ninguno de ellos había sido hallado en ningún sitio arqueológico. Algunos eruditos escépticos especularon que esto ocurría porque a los criminales así ejecutados no se les daba una sepultura decente; por lo general eran arrojados en fosas comunes junto a otros prisioneros ejecutados de la misma manera. Sin embargo, los autores de los evangelios escriben que Jesús recibió una sepultura digna. Los escépticos dudaban de que esto fuese posible ya que carecían de evidencias de que alguna víctima de crucifixión hubiese jamás sido enterrado de esa manera.
Sin embargo, en 1968, Vassilios Tzaferis halló los primeros restos de una víctima de crucifixión, Yohanan Ben Ha´galgol, enterrado en una tumba judía adecuada de "tipo kokim". Los restos de Yohanan revelaron que le habían enterrado un clavo grande que le había atravesado ambos pies y que le habían atravesado los huesos inferiores de ambos brazos con clavos. El descubrimiento de la tumba de Yohanan corrobora el hecho de que a algunos criminales en efecto les daban sepultura similar a la descrita por los autores de los evangelios.
Muchos otros detalles de los evangelios se han corroborado gracias a la arqueología, y esos hallazgos continúan validando las afirmaciones de los autores de los evangelios "de afuera hacia adentro". Incluso cuando los relatos escritos de los antiguos autores no bíblicos parecen contradecir el testimonio de los autores de los evangelios, los hallazgos arqueológicos continúan resolviendo las contradicciones aparentes, al confirmar las afirmaciones del Nuevo Testamento.
Fuente: Cristianismo: Caso resuelto de J. Warner Wallace, pág. 188
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